lunes, 22 de septiembre de 2014

Poesía de Baudelaire




Los beneficios de la Luna




Charles Baudelaire




La Luna, que es el capricho mismo, se asomó por la ventana mientras dormías en la cuna, y se dijo: "Esa criatura me agrada." 
Y bajó muellemente por su escalera de nubes y pasó sin ruido a través de los cristales. Luego se tendió sobre ti con la ternura flexible de una madre, y depositó en tu faz sus colores. Las pupilas se te quedaron verdes y las mejillas sumamente pálidas. De contemplar a tal visitante, se te agrandaron de manera tan rara los ojos, tan tiernamente te apretó la garganta, que te dejó para siempre ganas de llorar. 
Entretanto, en la expansión de su alegría, la Luna llenaba todo el cuarto como una atmósfera fosfórica, como un veneno luminoso; y toda aquella luz viva estaba pensando y diciendo: "Eternamente has de sentir el influjo de mi beso. Hermosa serás a mi manera. Querrás lo que quiera yo y lo que me quiera a mí: al agua, a las nubes, al silencio y a la noche; al mar inmenso y verde; al agua informe y multiforme; al lugar en que no estés; al amante que no conozcas; a las flores monstruosas; a los perfumes que hacen delirar; a los gatos que se desmayan sobre los pianos y gimen como mujeres, con voz ronca y suave. 
"Y serás amada por mis amantes, cortejada por mis cortesanos. Serás reina de los hombres de ojos verdes a quienes apreté la garganta en mis caricias nocturnas; de los que quieren al mar, al mar inmenso, tumultuoso y verde; al agua informe y multiforme, al sitio en que no están, a la mujer que no conocen, a las flores siniestras que parecen incensarios de una religión desconocida, a los perfumes que turban la voluntad y a los animales salvajes y voluptuosos que son emblema de su locura." 
Y por esto, niña mimada, maldita y querida, estoy ahora tendido a tus pies, buscando en toda tu persona el reflejo de la terrible divinidad, de la fatídica madrina, de la nodriza envenenadora de todos los lunáticos.






Este es uno de los poemas que más me llegan (lo que cuenta se hizo realidad en mi vida). 






Del libro "Las Flores del Mal" de Charles Baudelaire 






Tristezas de la luna



Esta noche la luna sueña con más pereza,
Cual si fuera una bella hundida entre cojines
Que acaricia con mano discreta y ligerísima,
Antes de adormecerse, el contorno del seno.

Sobre el dorso de seda de deslizantes nubes,
Moribunda, se entrega a prolongados éxtasis,
Y pasea su mirada sobre visiones blancas,
Que ascienden al azul igual que floraciones.
Cuando sobre este globo, con languidez ociosa,
Ella deja rodar una furtiva lágrima,
Un piadoso poeta, enemigo del sueño,
De su mano en el hueco, coge la fría gota
como un fragmento de ópalo de irisados reflejos.
Y la guarda en su pecho, lejos del sol voraz.









El gato



Ven, bello gato, a mi amoroso pecho;
     Retén las uñas de tu pata,
Y deja que me hunda en tus ojos hermosos
     Mezcla de ágata y metal.

Mientras mis dedos peinan suavemente
     Tu cabeza y tu lomo elástico,
Mientras mi mano de placer se embriaga
     Al palpar tu cuerpo eléctrico,

A mi señora creo ver. Su mirada
     Como la tuya, amable bestia,
Profunda y fría, hiere cual dardo,

Y, de los pies a la cabeza,
     Un sutil aire, un peligroso aroma,
Bogan en torno a su tostado cuerpo.
 












Cielo nublado



Se diría cubierta de vapor tu mirada;
Tu mirar misteri
oso (¿es azul, gris o verde?)
Alternativamente tierno, cruel, soñador,
Refleja la indolencia y palidez del cielo.

Recuerdas los días blancos, y tibios y velados,
Que a las cautivas almas hacen fundirse en lágrimas,
Cuando, presa de un mal confuso que los tensa,
Los excitados nervios se burlan del dormido.

A veces te asemejas a esos bellos paisajes
Que iluminan los soles de estaciones brumosas...
¡Y cómo resplandeces, oh mojado paisaje
Que atraviesan los rayos entre un cendal de niebla!

¡Oh mujer peligrosa, oh seductores climas!
¿Acabaré adorando vuestras nieves y escarchas,
Y, al cabo, arrancaré del implacable invierno
Placeres más agudos que el hielo y que la espada?
 










Perfume exótico

Cuando entorno los ojos bajo el sol otoñal
Y respiro el aroma de tu cálido seno,
Ante mí se perfilan felices litorales
Que deslumbran los fuegos de un implacable sol.

Una isla perezosa donde Naturaleza
Produce árboles únicos y frutos sabrosísimos,
Hombres que ostentan cuerpos ágiles y delgados
Y mujeres con ojos donde pinta el asombro.

Guiado por tu aroma hacia mágicos climas
Veo un puerto colmado de velas y de mástiles
Todavía fatigados del oleaje marino,

Mientras del tamarindo el ligero perfume,
Que circula en el aire y mi nariz dilata,
En mi alma se mezcla al canto marinero.
 











El vampiro

Tú que, como una cuchillada;
Entraste en mi dolorido corazón.
Tú que, como un repugnante tropel
De demonios, viniste loca y adornada,

Para hacer de mi espíritu humillado
Tu lecho y tu dominio.
¡Infame!, a quien estoy ligado
Como el forzado a su cadena,

Como al juego el jugador empedernido,
Como el borracho a la botella,
Como a la carroña los gusanos.
-¡Maldita, maldita seas tú!

Supliqué a la rápida espada

Y supliqué al pérfido veneno
Que sacudiera mi ruindad.

¡Ay! el veneno y la espada.
Me desdeñaron diciéndome:.
-No eres digno de que se te libere
De tu esclavitud maldita.

-¡Imbécil! -Si de su dominio
Te libraron nuestros esfuerzos,
Tus besos resucitarían
El cadáver de tu vampiro.














Los gatos

Los amantes fervientes y los sabios austeros
adoran por igual, en su estación madura,
al orgullo de casa, la fuerza y la dulzura
de los gatos, tal ellos sedentarios, frioleros.

Amigos de la ciencia y la sensualidad,
al horror de tinieblas y al silencio se guían;
los fúnebres corceles del Erebo serían,
si pudieran al látigo ceder su majestad.

Adoptan cuando sueñan las nobles actitudes
de alargadas esfinges, que en vastas latitudes
solitarias se duermen en un sueño inmutable;

Mágicas chispas yerguen sus espaldas tranquilas,
y partículas de oro, como arena agradable,
estrellan vagamente sus místicas pupilas.






Los búhos 

Bajo los techos negros que los abrigan,
Los búhos se mantienen alineados,
Como dioses extraños,
Clavando su mirada roja. Meditan.

Sin moverse se mantendrán
Hasta la hora melancólica
En que, empujando el sol oblicuo,
Las tinieblas se establezcan.

Su actitud, por sabia, enseña
Que es preciso en este mundo que tema
El tumulto y el movimiento;

El hombre embriagado por la sombra que pasa
Lleva siempre el castigo
De haber querido cambiar de sitio.





El gato 

I

En mi pensamiento se pasea,
como en su apartamento un bello gato.
Encantador y fuerte.
Y dulce. Su maullido apenas se percibe,

tan tierno su timbre, tan discreto;
esté apacible o gruña,
su voz es siempre espléndida y profunda.
Es ese su encanto y su secreto.

Esa voz perlada que se filtra
en mis concavidades tenebrosas,
como innúmero verso me complace,
como droga que estimula la alegría.

Adormece todas las crueldades,
el éxtasis en ella se aposenta;
y para volverse inteligible
prescinde de palabras.

No. No sé de otro cordófono,
instrumento perfecto,
que de mi corazón pueda realmente
tensar su más vibrante cuerda,

que esa tu voz, oh misterioso gato,
gato seráfico,
extraño,
tan sutil y armonioso como un ángel. 

II
De su pelaje blondo y bruno
brota un perfume tan dulce, que una noche,
y tan sólo una vez, bastó tocarlo
para quedarme impregnado de su bálsamo.

Espíritu hogareño,
él juzga, inspira, manda
todas las cosas que su imperio conforman.
¿Es él un dios? ¿Acaso un duende?

Cuando mis ojos, hacia el amado gato
van, como a una piedra imántica,
hacia mí se regresan dócilmente,
y me miro a mí mismo,

y con asombro,
compruebo el fuego de sus pupilas pálidas
y en la mirada fija,
vivientes ópalos, translúcidos fanales.





Canción de otoño

I

Penetraremos pronto en las frías tinieblas;
¡Adiós, claridad viva de los estíos cortos!
Escucho ya caer en entrechoques fúnebres
Los leños clamorosos sobre el piso del patio.

Devolverá el invierno a mi pecho la cólera,
El odio, los horrores y los trabajos duros,
Y, como sol envuelto en su polar infierno,
Será mi corazón un coágulo escarchado.

Escucho tembloroso los troncos desbastados;
Ni siquiera un patíbulo daría ecos tan sordos.
Mi espíritu sucumbe como lo haría una torre
Bajo el pesado golpe, constante, del ariete.

Mecido por los golpes monótonos, me suena
A féretro clavado con prisa en algún sitio.
¿De quién será? - ¡Ayer estío fue, hoy ya es otoño!
Los golpes misteriosos delatan una ausencia.

II

Me gusta de tus ojos la verde refulgencia,
Belleza dulce, pero hoy todo me es amargo,
Y nada, ni tu amor, ni la alcoba, ni el fuego,
Me vale lo que un sol sobre el mar derramándose.

Y sin embargo ámame, tan tierna como madre,
Ya sé que soy ingrato, ya sé que soy malvado;
Amante o fraternal, otórgame el efímero
Dulzor de un bello otoño, de un sol en el crepúsculo.

¡Misión breve! ¡La tumba ya nos espera, ávida!
¡Oh, deja que mi frente se pose en tus rodillas,
Gustando, mientras lloro por los veranos tórridos,
Del otoño sus rayos amarillos y dulces!

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